Hoy la
maestra nos ha mandado hacer una redacción sobre algún viaje que hayamos hecho
en familia. Yo no me decidía entre el viaje que hicimos hace dos años a la
Ciudad de las Artes y las Ciencias en Valencia o el viaje que hicimos este
verano al Parque Natural de Cabárcenos
en Cantabria. Al final, acabé
eligiendo este último.
Al día siguiente fuimos leyendo nuestras redacciones.
Laura la había hecho de su viaje a la Warner de Madrid,Roberto de su viaje al
Oceanográfico de Lisboa, Luis de su viaje a la playa… Y así hasta que le llegó
el turno a Farid. Farid es el nuevo, llegó hace un mes. No habla mucho y es
bastante aburrido, además es un poco rarito (no sabe quién es Casillas y no
come jamón).
Su redacción
empezaba así:
<< Hola, me llamo Farid, que significa único
y vengo de Alepo >>
La maestra nos explicó que Alepo es una ciudad situada
al norte de Siria, muy cerca de la frontera con Turquía. Sus edificios más
importantes eran el Minarete, la Mezquita y la Ciudadela, todos destruidos en
los bombardeos. Tenía una población de algo más de 4 millones de habitantes,
ahora muy disminuida por la guerra.
Después, la maestra le dijo a Farid que siguiera
con la redacción.
<< Esta redacción va sobre mi viaje desde
Alepo hasta España. Mi padre era profesor de la Universidad de Alepo, que es la
segunda más grande de Siria, hasta que un día fue bombardeada y ya no quedó
edificio en el que enseñar ni en el que aprender. Ese mismo día, mi padre llegó
a casa anunciándonos la gran noticia de nuestro viaje. Me dijo que íbamos a emprender
una gran aventura, viajaríamos por diferentes países, conoceríamos otras
costumbres, otras lenguas, otros paisajes…Sonaba muy divertido y yo estaba entusiasmado, por eso no entendía las
lágrimas de mi hermana y de mi madre.
Al día siguiente, llené mi mochila con algo de ropa
y provisiones. Tuve que dejar mis libros y juguetes favoritos, porque el viaje
lo emprenderíamos a pie. Pero lo que más me costó fue tener que dejar a mis
amigos. ¡Cómo me hubiera gustado meter en mi mochila a mi mejor amigo!
Ya en la calle vi que mis vecinos seguían el mismo
camino que nosotros. La mayoría iban tristes y cabizbajos y no dejaban de mirar
hacia atrás, yo sin embargo iba andando alegremente, siempre mirando hacia
delante. Estaba deseando llegar al que sería mi nuevo país.
Mi padre me había explicado que tendríamos que ir
andando hasta Izmir, una ciudad turca situada en la costa del mar Egeo. Desde
allí cogeríamos un avión que nos llevaría directamente a Madrid, que es la
capital de España, me explicó mi padre. Y es que mi padre había conseguido un
puesto de conserje en un colegio de aquella ciudad.
Al principio todo fue bien, aunque la primera noche
fue la más larga. Tuvimos que dormir en una explanada al lado de la carretera,
porque todos los albergues estaban destruidos. A pesar del cansancio no podía
dormir porque hacía mucho frío, por eso mi padre empezó a contarnos historias
sobre el que sería nuestro nuevo hogar. Por ejemplo nos contó que en España son
muy aficionados al fútbol y que tienen una de las mejores ligas del mundo.
También nos contó que existían edificios musulmanes como la Alhambra de Granada
y la Mezquita de Córdoba. Y así pasaban los días, entre largas caminatas y las superhistorias
de mi padre.
Recuerdo un
día en el que estaba especialmente cansado y ya no podía dar un paso más,
entonces mi padre me cogió a caballito y me contó la historia de un famoso
hidalgo español llamado Don Quijote, que a lomos de su caballo luchaba contra
las injusticias como un superhéroe. Ese día a pesar de la lluvia y las heridas
de mis pies, lo pasé muy bien jugando con mi padre. Él era Rocinante y yo Don
Quijote y los edificios en ruinas que veíamos a nuestro paso eran molinos
españoles.
Y así, entre aventuras y juegos llegamos por fin a
Izmir.
Hasta que el Consulado
Español no le diera a mi padre los papeles con su permiso de trabajo,
tendríamos que esperar en un campo de refugiados. Yo no sabía qué era eso, pero
mi padre me explicó que era como un gran campamento de verano: dormiríamos en
tiendas de campaña, haríamos hogueras y contaríamos historias.
Todas las mañanas mi padre se acercaba al Consulado
para ver si sus papeles ya habían llegado, pero todas las mañanas le decían que
aún no. Un día le pregunté si no estaba triste por irse a trabajar de conserje
siendo profesor de universidad, pero él me contestó que era mucho mejor así,
porque podría conocer a los niños sin intimidarlos ( y es que a veces los
maestros asustan un poco ).
Por las tardes mi padre me daba clases para que
cuando llegase a España pudiera incorporarme a mi curso. También me daba clases
de español. ¡Mi padre era muy listo!
Pronto conocí a otros niños y nos hicimos amigos,
aunque como eran de otros países no nos entendíamos, pero jugando al fútbol
todo era muy sencillo y no había problemas de comunicación. Había días que
venían unas personas muy buenas que nos traían alimentos, medicinas, ropa,… Mi
padre me dijo que eran como los Reyes Magos y me explicó esa bonita tradición
cristiana, yo pensé que los niños españoles eran unos suertudos, y cada vez
tenía más ganas de llegar a España.
Una noche escuché a mi
padre y a mi madre discutir. Ellos pensaban que mi hermana y yo dormíamos pero
a mí me despertó un gusanillo en la barriga, tenía hambre. Mi madre le decía a
mi padre que por qué no hacíamos como los demás y nos íbamos en barco, pero mi
padre decía que no era seguro y que no pondría en peligro la vida de su
familia. Mi madre insistía diciendo que la comida empezaba a escasear y muchos
estaban enfermando. Además, ella le dijo que le habían asegurado que los barcos
eran fiables, a lo que mi padre contestó que hasta la famosa Armada Invencible
se hundió.
Hasta que un día mi padre
llegó corriendo con unos papeles en la mano y una sonrisa en la cara: ¡Por fin
nos íbamos a España!
Cuando llegué a España no
todo era tan genial como mi padre me lo había contado. Los niños hablaban muy
deprisa y me costaba entenderlos, por eso hablaba poco. A veces me ofrecían sus
bocatas pero estaban hechos de comidas que yo no podía comer y eso les
resultaba raro. En el recreo me hablaron de un tal Casillas y como yo no le conocía
ya no volvieron a preguntarme si quería jugar al fútbol, aunque yo lo estuviese
deseando.
Una tarde llegué a casa
llorando y le dije a mi padre que me había mentido, que la vida aquí no era tan
genial como me había prometido. Él sólo me abrazó y me dijo que tuviera
paciencia, pero ya había pasado un mes y las cosas no habían mejorado.
Un día la maestra nos mandó hacer una redacción
sobre un viaje en familia y mi padre me aconsejó que la hiciera sobre mi viaje
a España. Fin>>
Cuando terminó se hizo un gran silencio en la clase
que fue interrumpido por el timbre del recreo. Ese día le dijimos a Farid si
quería jugar con nosotros al fútbol, y era muy bueno, hasta marcó un gol.
Cuando dieron las dos y nos íbamos a casa, me fijé en que Farid tenía una gran
sonrisa en la cara mientras corría hasta su padre, que lo esperaba en la puerta.
Y es que su padre era el nuevo conserje de mi cole.