Es
domingo por la mañana, Juanito y mamá aún duermen. Adriana ya despierta, avanza
sigilosa por el pasillo de la casa pues :
” mamá tiene el sueño ligero y necesita descansar de una dura semana de
trabajo”, esto siempre se lo recordaba su tía Ana, que cuando vivía con ellos
reprendía a Adriana por no respetar el descanso de mamá. Ahora es más cuidadosa
con el silencio, y casi se ha convertido en su juego del domingo por la mañana:
hacer cosas sin hacer ruido. ¡Qué divertido!
Cuando
llega al cuarto de baño, se mira en el espejo como cada mañana, pero hoy no
tiene prisa por lavarse la cara con agua y se mira y se requetemira, le gusta
mirarse en el espejo. Allí están sus ojos, grandes y marrones, su nariz pequeña
y respingona, sus labios finos que esconden sus dos paletas separadas, bueno
perdón como diría su maestra “sus y no paletas, que es vulgar” y su pelo fino
y lacio que sólo se vuelve gracioso cuando mamá le hace dos coletas.
En
realidad a Adriana le gustaría llevar gafas como alguna de sus compañeras de
clase, pues los colores chillones de las patillas (verde, fucsia, naranja…) le
recuerdan las pastillas de caramelo que su papá y ella compran en el Palacio de
caramelo, su tienda preferida. También piensa en los brakets, esos aparatos en
los dientes que hacen que el aire escape suave al hablar.
Y
en estos pensamientos está, cuando de repente, suena el chirrido de la puerta
del cuarto de baño y la cabecita de su hermano asoma por ella. Adriana le pasa
la mano por la cabeza y le da un beso, luego con su dedo índice en los labios
le indica al niño que guarde silencio, y susurrando le dice:
-
Juanito ven, que vamos a jugar al juego del silencio.
(Elena Benítez. Maestra de Pedagogía Terapéutica)
Próxima historia: El Palacio de
caramelo.
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